Periferia

28 de Octubre de 2020

La Ciencia no puede ser neutral

A Néstor Kirchner le debemos que la ciencia tenga un poco más que ver con la idea de patria. Que se haya reverdecido la actividad científica y tecnológica como herramienta de transformación y desarrollo. Por Ignacio Jawtuschenko.

A Néstor Kirchner le debemos que la ciencia tenga que ver un poco más con la idea de patria. Una de las convicciones que  no dejó en la puerta de la Casa Rosada fue la de devolverle a la actividad científico-tecnológica un rol estratégico como herramienta de transformación y desarrollo. 

Néstor comenzó demostrando que ante todo, para contar con más y mejor ciencia y tecnología en la Argentina había que tomar decisiones 100% políticas. 

En décadas anteriores la política había estado desinteresada del quehacer científico y los escasos recursos del Estado financiaban mayormente la actividad ecléctica y libre que se le antojaba a los científicos. Esto comenzó a revertirse en 2003, un plan estratégico determinó diagnóstico de necesidades, vacancias y prioridades. Claro que esto no fue sin conflictos.  

Quienes se oponían, veían a la política como a un intruso en el prístino mundo de la ?ciencia de punta?, la ?ciencia prestigiosa?, la ?excelencia?. 

Néstor no sólo apoyó a la ciencia sino que se apoyó en ella.  Los recibió en Casa de Gobierno y les prometió todo su apoyo. Charreau no lo podía creer.  

En los meses siguientes a ante la mirada desconfiada de la comunidad científica, inició la repatriación de científicos y frenó a la fuga de cerebros; federalizó la actividad para atender a las demandas locales, mejoró los salarios, incrementó el presupuesto y sacó a la ciencia del coma profundo en el que la había dejado Domingo Cavallo.  

Recordemos, los científicos durante el menemismo representaban un gasto inútil, y había que mandaros a ?lavar los platos?. 

Es que el nuestro fue un caso único en el mundo: además de intentar privatizar a los organismos científicos, en los 90 el Estado argentino pagó fortunas en retiros voluntarios a investigadores que se llevaron consigo conocimientos que no pudieron ser recuperados. 

A partir de 2003 Néstor comenzó lentamente a revertir décadas de bajo nivel de inversión en ciencia, escasos recursos humanos y un sistema nacional de innovación débil y poco articulado. 

Antes, el joven que terminaba sus estudios universitarios por falta de oportunidades y reconocimiento no tenía más alternativa que tomarse un avión en Ezeiza.  

Durante su gobierno la materia gris comenzó a ser valorada, y cada año se fueron incorporando al Conicet 500 investigadores y 1.500 becarios. Con esto, el paisaje en los centros de investigación de todo el país cambió y se llenó de jóvenes veinteañeros.   
Se expandió el mapa de las universidades públicas, jóvenes de sectores vulnerables tuvieron la oportunidad de ser primera generación de universitarios de sus familias; se recuperó el desarrollo de satélites, se creó la empresa de tecnología Arsat; se relanzó el plan nuclear argentino, por mencionar sólo dos de los grandes proyectos de alta tecnología.  

Luego vinieron los cuatro años de Mauricio Macri que significaron una apagón para este desarrollo que sumió al sistema científico en una crisis profunda. Desfinanciamiento, desarticulación, falta de sentido. Volver a poner en marcha ese sistema es una de las pesadas herencias que recibió el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández.  

Aquí cobran sentido lo dicho por  el presidente acerca de que ?su deber? es ?terminar con la tarea que empezó Néstor y continuó Cristina?. 

La ciencia y la tecnología nunca existen en el vacío. Se desenvuelven e interaccionan con un contexto político, económico, social y cultural. Por eso la ciencia no puede ser neutral.  

Para Néstor al igual que en el gobierno de Perón, la maquinaria científico tecnológica debía alinearse tras un proyecto de industrialización y su impulso requería de planificación económica. Y estaba en lo cierto, en el mundo, ya hace tiempo, no hay lugar para paradigmas de ciencia aislada de lo productivo.  

La riqueza de las naciones depende y dependerá cada vez más, de su capacidad de crear y utilizar conocimiento. 

Es por eso que en pocos años la Argentina pasó de mandar a los científicos a lavar los platos a sentarlos a la mesa de toma de decisiones.  

Luego hubo dos momentos cargados de sentido. La creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva en el inicio del gobierno de Cristina, y Tecnópolis, como herramienta democrarizadora del conocimiento en el cierre de su primera gestión. Son parte de un mismo mensaje político: el conocimiento tiene que ir del laboratorio al parque industrial y no del tubo de ensayo a un estante en la biblioteca. 

Si la política se define como el arte de lo posible, y la ciencia, es el mundo del conocimiento, Néstor Kirchner fue quien comprendió que una política científica adecuada es la llave para que la ciencia y la tecnología sirvan para mejorarle la vida a la gente. 

Ignacio Jawtuschenko es Secretario de Extensión Universidad Nacional Guillermo Brown

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