Según el INDEC, la pobreza e indigencia correspondientes al primer semestre de 2019 en la población infantil fue del 52,6 y 13,1 % respectivamente, lo que equivale a un aumento de alrededor del 8 % en relación al año pasado.
Tras la frialdad de las estadísticas se esconden niños y niñas cuya alimentación no alcanza a cubrir las necesidades nutricionales básicas, y por lo tanto alcanzar un desarrollo físico y mental saludable.
El viernes pasado por la mañana, Alberto Fernández y Daniel Arroyo convocaron al conductor de televisión Marcelo Tinelli y referentes universitarios y líderes de ONG para comenzar a abordar el problema.
Se busca una política de estado convocando a movimientos sociales y de DDHH, académicos y científicos, economistas, empresas y sectores de la economía popular. Hay una coincidencia global en torno a este tema: es inmoral que haya personas con hambre, en especial niños y niñas, en un país que produce más alimentos de los que consume.
Por otro lado, el esfuerzo de articulación para combatir el hambre es de los más ambiciosos que puedan imaginarse en materia de manejo del aparato estatal, y como el problema a resolver es complejo, las respuestas necesariamente deberán serlo.
Desde un punto de vista bio-antropológico, es preciso comprender que hay dos fenómenos sincrónicos e inseparables: el aumento del hambre y la malnutrición, por un lado, y la epidemia de obesidad que afecta a la población mundial, por el otro.
Ambos fenómenos son hijos de un mismo sistema neoliberal que no sólo conculca el derecho a acceder a alimentos saludables, sino que también domina el mercado alimentario de manera oligopólica.
En este sentido, será clave un Estado activo en la consolidación de circuitos de la economía popular que garanticen el acceso a alimentos saludables, y que a su vez se independicen de las lógicas de formación de precios tradicionales. La Mesa de la Economía Social y Popular, por ejemplo, apuesta a consolidar cadenas de valor alternativas en ítems esenciales como el pan y la leche.
Salir del hambre y evitar al mismo tiempo aumentar el sobrepeso y obesidad requiere un abordaje integral que contemple todas las aristas del problema. Así pues, el “Plan Argentina contra el Hambre” requiere una estructura moderna y eficaz, basada en el conocimiento científico interdisciplinario.
El “mapa del hambre” deberá confeccionarse integrando y analizando en tiempo real datos sobre acceso a alimentos saludables, precios, estado nutricional y parasitario, alimentación durante el embarazo, obesidad, sobrepeso y mortalidad infantil, entre otros.
El Estado deberá sacar provecho de su presencia territorial para tener visión y acción de conjunto. Los kioscos escolares, por ejemplo, están necesariamente ligados a la red educativa de cada distrito y podrían funcionar como una plataforma federal sobre la cual monitorear y modificar la oferta nutricional de la población infanto-juvenil.
Quien quiera que lea todo lo anterior en clave de “aumento del gasto público” olvida la lógica más esencial que encierran estas políticas: un peso invertido hoy en pos de mejorar la calidad nutricional de la población volverá indefectiblemente en forma de ahorro en la Salud Pública del futuro, que tendrá que ocuparse de un combo de dolencias asociadas a la malnutrición, el sobrepeso y la obesidad.
Las pautas alimentarias pueden ser vistas como rasgos socio-culturales dinámicos y complejos que reaccionan, por ejemplo, ante un pulso de cuatro años de neoliberalismo excluyente.
Ninguna iniciativa estará completa, por lo tanto, si no se da una batalla en pos de recuperar rasgos culturales como el comensalismo (compartir la mesa familiar) o la utilización de espacios públicos para la instalación de ferias y almacenes populares, entre otros. Es decir que además de las políticas en materia de comercio interior, impositivas, de desarrollo social y de salud comunitaria, deberán tomarse acciones en el plano cultural y comunicacional.
En resumen: el combate contra el hambre debe ser visto como uno de los episodios más relevantes y urgentes de una batalla más grande, la Cultural.
Rolando González-José
Bioantropólogo, Investigador del CONICET
Director Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas-CONICET
Miembro de CyTA (Ciencia y Técnica Argentina)