Entrevista de Gabriela Ensinck (Red Argentina de Periodismo Cientfico)
Apenas habían pasado 45 días desde que se declaró la pandemia del coronavirus, y un grupo de científicos argentinos presentaba en mayo de 2020 el CovidAr, el primer argentino test de detección de la respuesta inmune al nuevo virus.
La bioquímica y viróloga Andrea Gamarnik, como directora del Laboratorio de Virología del Instituto Leloir, estaba al frente de ese equipo que trabajó contra reloj para desarrollarlo.
No es su primer logro. En 2009, recibió el premio L’Oréal Unesco por la Mujer en la Ciencia, por sus investigaciones sobre los mecanismos moleculares del virus del dengue; y en 2016, ganó ese mismo premio (que algunos llaman el Nobel femenino), a nivel internacional.
Al contrario de la imagen acartonada que se suele tener de los científicos, Gamarnik lleva un peinado que resalta sus rulos, usa piercing y ropa canchera. Habla de mecanismos moleculares, de virus, de fotografía y de música en forma apasionada y haciendo simple lo complejo.
Oriunda de Lanús, provincia de Buenos Aires, es la primera universitaria en su familia. Dice que pudo llegar adonde está gracias a la educación pública, y la defiende, como también reivindica el valor de las vacunas y el rol de las mujeres en la producción de Ciencia.
En medio de sus siempre agitados días, Gamarnik recibió a Télam-Confiar en su laboratorio y dialogó sobre la pandemia, su impacto en la forma de hacer ciencia, el rol de las mujeres en la investigación y el futuro de un mundo con enfermedades infecciosas emergentes y reemergentes.
Télam-Confiar: ¿Qué te llevó a estudiar bioquímica y después especializarte en virología?
Andrea Gamarnik: No tuve una vocación clarísima, sino que la fui descubriendo. Fui al secundario con orientación perito mercantil y creía que iba a trabajar de eso. O si podía ir a la universidad, pensaba estudiar Ciencias Económicas, porque me gustaban los números. Pero hice un test vocacional y ahí surgió la idea de estudiar una carrera relacionada con ciencias de la vida, algo que realmente me fascinaba desde chica. Así, ya sobre el final de quinto año, estaba entre Biología y Bioquímica.
Yo vivía en Lanús, y en la farmacia del barrio había un cartel del colegio de farmacéuticos que ofrecía una beca para estudiar Farmacia y Bioquímica. Me anoté y me la gané. Me pagaron los viáticos y los libros durante toda la carrera en la UBA. Después tuve otra beca de Conicet y pude hacer el doctorado. Y después me fui a Estados Unidos a hacer un posdoctorado y aprender sobre los virus, que son fascinantes. En California estuve casi 9 años, estudiándolos.
T.C.: ¿Y qué te fascina de los virus?
A.G.: Es que son sistemas biológicos que hacen procesos muy diferentes a los que uno estudia en las células. Ellos se multiplican en formas diferentes, por fuera de la caja. Y están en todas partes: en las personas, los animales y las plantas.
Por eso cuando volví, en 2001, armé un laboratorio de virología molecular para seguir investigándolos en el Instituto Leloir. Nosotros estudiamos las bases, e hicimos contribuciones muy importantes a nivel internacional sobre cómo funciona el virus del dengue.
T.C..: ¿En qué medida esos estudios sobre el dengue contribuyeron a enfrentar al coronavirus?
A.G.: Hace 20 años que trabajamos en virología. Lo que hicimos fue estudiar y entender cómo se multiplica el virus del dengue en células de mosquito y en células de humanos. Justo antes de la pandemia estábamos estudiando cómo hace el virus para saltar del ser humano al mosquito y viceversa.
Hoy sabemos más de cómo hace un virus para pasar las barreras biológicas de una especie a otra. Lo que veníamos estudiando con el dengue, pudimos aplicarlo al coronavirus y eventualmente a otros virus. Conocer las bases moleculares y mecanismos que usan los virus para saltar de una especie a otra, es fundamental para entender cómo surgen nuevas enfermedades virales, y nuevas pandemias.
T.C.: ¿Qué enseñanzas nos deja la pandemia y cómo impactó en la forma de hacer ciencia?
A.G.: Desde lo personal y humano, la pandemia fue una catástrofe, por la pérdida de vidas, el sufrimiento que dejó y las consecuencias a largo plazo de la enfermedad que aún no conocemos. Lo positivo es que la ciencia se puso a trabajar con un objetivo concreto, y con formas de colaboración inéditas entre distintos grupos y áreas. Ese fue uno de los grandes aprendizajes de la pandemia: lograr articular un trabajo entre distintos sectores: investigadores de Conicet, profesionales de salud, y de organismos de regulación. Ojalá esto podamos aplicarlo a otras necesidades que surjan en el futuro.
T.C.: ¿Con lo que se sabe hoy, qué errores deberían haberse evitado o qué se podría haber hecho mejor para enfrentar la Covid?
A.G.: Deberíamos haber estado más preparados. Y tenemos que estar más preparados para el futuro. Hay que hacer vigilancia epidemiológica. Están emergiendo nuevos virus y variantes, y tenemos problemas con Hantavirus, chagas y dengue. Esta es una señal de que hay que invertir más en ciencia, salud y educación, para estar capacitados para resolver problemas
T.C.: La pandemia no terminó, pero ¿en qué etapa estamos?
A.G.: La pandemia está cambiando. En algunos lugares del mundo están aumentando los casos por nuevas sub variantes de Ómicron, que son la BA.4 y la BA.5, que en nuestro país tienen baja circulación pero son muy transmisibles y escapan en cierta forma a la respuesta inmune desarrollada por las vacunas. Por eso tenemos que seguir atentos.
T.C.: Hay quienes hablan de Sindemia, en la que confluyen otros factores además del virus, y también de la posibilidad de nuevas pandemias, ¿cuál es tu visión?
A.G.: En el mundo hay enfermedades infecciosas emergentes y reemergentes que tienen que ver con múltiples factores: sociales, políticos, culturales, económicos, históricos y van desde la deforestación, a la urbanización descontrolada, la falta de agua potable, las migraciones y viajes intercontinentales, eso hace que surjan y resurjan enfermedades. ¿Cómo prepararse para esto? Con Ciencia, Educación y Salud Pública.
T.C.: ¿Tuviste más dificultades en tu carrera por ser mujer?
A.G.: Creo que en general las mujeres tenemos más dificultades para desarrollarnos profesionalmente. Los números hablan por sí solos. El porcentaje de mujeres en la carrera de investigador del Conicet se reduce a medida que se llega a los cargos principales. Las mujeres enfrentan un montón de barreras y estereotipos. Y no hay visibilización de mujeres en determinados cargos.
T.C.: ¿Por qué es importante que haya mujeres haciendo ciencia?
A.G.: Es importante no solo por un tema de derechos humanos e igualdad de oportunidades. Las mujeres aportamos diversidad a los proyectos, abordamos los problemas con una sensibilidad y forma de actuar diferente.
Por eso es necesario visibilizar el trabajo que hacemos las mujeres en ciencia. Que las nuevas generaciones vean que hay científicas, astrónomas, biólogas.
Pero también se necesitan medidas prácticas. Recientemente el Conicet implementó la prórroga de becas por maternidad, o la posibilidad de extender la presentación de informes. Esto ayuda a sortear barreras en etapas tempranas, entre los 25 y 35 años, que es también la etapa de la maternidad. También se necesita que las licencias sean para el padre y la madre, y que las tareas de cuidado sean compartidas.
T.C.: El último año participaste, junto a cantantes y artistas, del ciclo Música por la Ciencia, ¿cómo fue esa experiencia?
A.G.: Fue un proyecto científico, educativo y artístico maravilloso. Pudimos mostrar, en la TV Pública, el trabajo que se hace en el laboratorio.
Creo que el arte y la ciencia se complementan perfectamente. El proceso de un científico que descubre algo de la naturaleza tiene un paralelo en el proceso de un artista que descubre algo interno. Es parte de un mismo proceso creativo.
Entrevista de Gabriela Ensinck para Télam.