Más del 50 % de la población argentina tiene sobrepeso. El dato figura en el sitio web del Ministerio de Salud de la Nación y precisa que, mientras el exceso de peso afecta a seis de cada diez personas adultas, en menores alcanza al 37 %. Básicamente, se trata de un desequilibrio entre las calorías que se ingieren y la energía consumida, y el peligro que entraña son los más de 200 problemas de salud que trae asociados, de los cuales se destacan la diabetes, hipertensión arterial, afecciones respiratorias y cardiovasculares, entre otros.
La situación en el país coincide con el contexto a nivel global: la Organización Mundial de la Salud (OMS) la califica como una “epidemia”, y aprovecha las fechas alusivas y efemérides –como la de cada 12 de noviembre, cuando se conmemora el Día Mundial contra la Obesidad– para recordar y generar conciencia sobre la importancia de combatirla.
“Argentina enfrenta niveles críticos de sobrepeso y obesidad que afectan especialmente a las poblaciones más vulnerables, y las cifras se corresponden con las advertencias que viene haciendo la OMS a nivel mundial”, señala Flavio Francini, investigador del Conicet y director del Centro de Endocrinología Experimental y Aplicada (Cenexa, Conicet-UNLP-asociado a Cicpba). Además del incremento del 74 % que esta condición mostró en el período 2015-2018, según datos de la última Encuesta Nacional de Factores de Riesgo del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (ENFR, Indec), el especialista destaca el papel que tuvo en los últimos años el aislamiento por COVID-19, que “aumentó la adopción de hábitos no saludables, como el sedentarismo”. En el caso específico de niños, niñas y adolescentes, el equipo de trabajo del centro subraya la preocupante vulnerabilidad de derechos que esto trae aparejado, teniendo en cuenta que pueden sufrir discriminación, baja autoestima y mal rendimiento escolar.
Entre los hábitos más nocivos relacionados con el sobrepeso, no solo por ser perjudiciales, sino también difíciles de erradicar en la población, desde el Cenexa mencionan a las dietas hipercalóricas, basadas en una elevada ingesta de grasas saturadas, bebidas azucaradas y otros alimentos ultraprocesados, asociadas al sueño irregular y al sedentarismo. Para revertir esta condición, la receta básica indica actividad física y cambios en la alimentación como las principales modificaciones en el estilo de vida. En este sentido, las y los especialistas aclaran que “actualmente se opta por la adopción de patrones alimentarios más saludables y naturales que se sostengan en el tiempo, en lugar de dietas hipocalóricas temporales muy restrictivas. Se hace foco en un alto consumo de frutas, verduras y granos enteros, y en la disminución del consumo de productos como los antes mencionados”.
Campañas
Pero ¿por qué se hace necesario, en pleno siglo XXI y con toda la información disponible, que los esfuerzos y campañas sobre el tema convenzan a la sociedad de volver a las comidas naturales como si fueran algo novedoso y no, como realmente son, lo más básico y elemental de la dieta humana? La respuesta es compleja y no se puede atribuir a un solo factor.
“Se trata de un problema multicausal, con lo cual su abordaje debe ser interdisciplinario y multisectorial”, apunta Francini junto a sus colegas. “Desde una de las dimensiones posibles, podemos mencionar la evolución de la industria alimentaria que, en función del avance de la tecnología, permitió mantener los alimentos aptos para el consumo por mucho más tiempo, lo que facilitó su transporte y su consumo, y mejoró las condiciones bromatológicas para su comercialización al disminuir el riesgo de enfermedades transmitidas por alimentos (ETA). En consecuencia, estos productos industrializados se fueron gradualmente introduciendo en nuestro patrón alimentario regular, hasta llegar al punto de que casi no aparecen alimentos naturales en nuestros platos”, agregó.
Ultraprocesados
La contraparte de los beneficios adquiridos con dichos avances, añaden los integrantes del Cenexa, es que la alta manipulación de muchos de estos alimentos terminó por convertirlos en ultraprocesados, “muy distantes de la materia prima a partir de la cual se obtuvieron, con una menor calidad nutricional debido a que en su procesamiento no solo suelen perder vitaminas, minerales y fibra, sino que se les agregan otros compuestos para mejorar su sabor, conservación y textura, entre otras propiedades, que en grandes cantidades podrían ser riesgosos para la salud”. Es esta practicidad de los ultraprocesados lo que hace difícil retornar al consumo de alimentos menos procesados, pero, al mismo tiempo, es cada vez más evidente que un patrón alimentario en el que predominen los alimentos naturales puede prevenir muchas enfermedades crónicas y mejorar el estado de salud general, añade Francini. En esto, hace referencia a un informe de 2015 de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) en que se describen estas tendencias.
En el Cenexa hay distintas líneas de investigación que apuntan a aportar conocimiento sobre todos los factores que confluyen en esta problemática, a la vez que a generar soluciones y estrategias que mejoren la calidad de vida de pacientes y la comunidad en general. Uno de los trabajos de aplicación concreta consiste en la evaluación del impacto de la adopción de hábitos saludables en la reducción del riesgo de desarrollar diabetes tipo 2, la forma de la enfermedad más frecuente que, asociada a otros factores de riesgo cardiovascular, como hipertensión, obesidad, colesterol alto y sedentarismo, se da cuando el cuerpo no produce insulina –la hormona que regula la cantidad de glucosa en sangre y se encarga de hacerla ingresar a las células– o no la utiliza bien. Estas intervenciones buscan reducir precisamente el sedentarismo y el sobrepeso, dos de las características promotoras del estado de prediabetes, una etapa que puede durar muchos años, pero que ya promueve el desarrollo y progresión de sus síntomas.
Gasto de energía
También, desde el punto de vista de la investigación básica, los distintos grupos del Cenexa desarrollan estudios de órganos involucrados activamente en la regulación de la homeostasis energética, es decir, el proceso biológico encargado del equilibrio de la ingesta y gasto de energía. A través de distintas líneas, se analizan los cambios inducidos por la administración de una dieta desbalanceada –concretamente, rica en azúcares refinados–, y su posible prevención o reversión mediante intervenciones nutricionales o farmacológicas. “Por ejemplo, el retorno a una alimentación balanceada junto a la administración de fármacos o productos naturales de origen vegetal con propiedades antiinflamatorias y antioxidantes. En este sentido, recientemente se ha sumado una nueva línea focalizada en el posible impacto epigenético, es decir, relacionado con los genes hereditarios, de estos hábitos no saludables”, relata Francini en representación de los científicos y científicas que dedican su trabajo a esta problemática.
Fuente: Prensa Conicet