Para la lingüista y docente Estela Moyano, la dificultad de los chicos y jóvenes para comprender textos merece mucho más que lecturas simplistas, acusadoras o meramente coyunturales. El Programa de Competencias Discursivas que dirige en la Universidad Nacional Guillermo Brown busca reducir la deserción estudiantil enseñando recursos lingüísticos que mejoran la lectura, la escritura y el aprendizaje en cualquier disciplina.
Los últimos resultados de las pruebas Aprender, realizadas a fin del año pasado con más de 623 mil alumnos de sexto grado de unas 20.000 escuelas de todo el país, mostraron una significativa caída en los niveles de comprensión de textos: 44% de los chicos no superó el nivel básico, cuando en 2018 el 75% lograba un desempeño satisfactorio, por encima de ese nivel. Resultados similares se habían dado en la Ciudad de Buenos Aires a comienzos de junio, con un 18,1% de caída en comprensión de textos respecto de 2019.
Aunque es evidente que todo empeoró con la pandemia, la dificultad de los estudiantes en todos los niveles para comprender textos no es nueva, ni se soluciona esgrimiendo un dedo acusador. Para Estela Moyano, lingüista y docente, directora del Programa de Competencias Discursivas de la Universidad Nacional Guillermo Brown (UNaB), el problema merece una lectura cuidadosa: “La construcción de significado a través del lenguaje implica saberes complejos que hoy la escuela no enseña en ningún nivel porque se supone que los estudiantes los aprenden solos a partir de propuestas de actividades.
Capacitación docente
Tampoco se ha capacitado a los docentes para dar respuesta efectiva cuando se reconoció que esa dificultad se había transformado en problema”.
En primaria y secundaria la pandemia sin duda coartó las posibilidades de aprender, pero más por la falta de horas de clase que por la de presencialidad: “La cantidad de horas de clase durante la pandemia quedaron sujetas a las posibilidades de cada chico, de los recursos de su familia, de su conectividad –explica Moyano, que es doctora en Lingüística por la Universidad de Buenos Aires y trabaja en el desarrollo de competencias discursivas desde hace más de dos décadas –. Entonces, se agudiza la brecha de capacidades entre aquellos que pueden aprender y ejercitar la lectura y escritura como parte de la cultura de su entorno familiar y los que no”.
El desempeño de los chicos y jóvenes en la comprensión de textos ya venía siendo muy bajo antes de la pandemia, y tiene que ver, sostiene Moyano, con “falencias en aspectos tales como reconocer diferentes voces en un relato, distinguir las acciones principales de las secundarias o reconocer relaciones causales, entre otras que se identifican en las pruebas mencionadas. Pero todas estas son habilidades que se pueden aprender si se las enseña. El problema consiste en que en realidad no se están enseñando en la escuela secundaria ni en la primaria”.
Lo que falta, insiste la especialista de la UNaB, “es un trabajo de reflexión sobre el lenguaje en relación con la construcción de significados”. Los alumnos aprenden el sistema de la lengua, el análisis sintáctico, las clases de palabras (sustantivos, adjetivos, verbos y demás) e incluso identifican conectores lógicos (“pero”, “sin embargo”, “entonces”, etcétera), “pero no necesariamente trabajan esto en relación con la construcción del significado, y eso es un problema importante”, asegura.
Una clave del asunto es que las competencias discursivas para comprender textos se relacionan con las habilidades para escribir: “Se pueden enseñar tratando de que incorporen la complejidad del lenguaje al producir sus propios textos”, explica la docente y lingüista, “no sólo narrativos o de carácter coloquial, sino también de ciencias humanas y naturales, o incluso en matemática”. Esa reflexión sobre recursos lingüísticos y construcción de significado –asegura– no se realiza hoy en la escuela.
El camino inverso
Por lo común se enseña el lenguaje desde las unidades menores a las mayores: desde las letras a las palabras, desde las palabras a las oraciones, de las oraciones al texto. “Otras veces se trabajan los textos”, admite Moyano, “pero sin reflexión sobre los recursos lingüísticos que construyen significado en ellos”.
Por eso apela a un camino diferente: “Una buena forma de enseñar es empezar por entender cuál es el contexto donde el texto aparece, quién es el que habla, quiénes son los destinatarios, por qué ese texto aparece y cuál es su propósito; luego, leer el texto completo conjuntamente entre docentes y estudiantes para comprender su sentido global –aún en la escuela primaria, puntualizó la especialista–, a partir de allí revisar los recursos usados para construir significado y recién entonces focalizarse en unidades menores, como la oración”.
La metodología del Programa de Competencias Discursivas de la UNaB viene siendo desarrollada por Moyano desde comienzos de los ’90, y esta universidad –la más joven del sistema universitario público nacional, que inició sus clases en 2019– es la primera en implementarla como columna vertebral de su proyecto pedagógico, de manera intensiva, articulándola con asignaturas curriculares desde el inicio y a lo largo de todas sus carreras.
“Hoy está en la picota el debate entre los promotores de la psicogénesis y los que proponen la formación de conciencia fonológica, pero hay una tercera alternativa, que es la que mejores resultados ha mostrado en los lugares donde se ha aplicado. Como este es un problema del sistema educativo que hay que trabajar a nivel global –resumió la especialista– y de manera urgente, creo que habría que empezar con la formación de maestros y profesores en servicio junto con la de futuros docentes”.