A través de un encuentro virtual realizado en la Universidad Nacional Guillermo Brown (UNaB), el tecnólogo, docente y Director General Ambiental de ACUMAR, Bruno de Alto, se refirió a los caminos que debería transitar el país para conseguir la autonomía tecnológica.
De Alto comenzó definiendo la autonomía tecnológica como una respuesta a necesidades propias y no sólo a las del mercado, casi siempre dominado por los jugadores más poderosos.
“No se trata de ser autárquicos y querer hacer todo, porque eso es imposible, sino de decidir con sentido estratégico qué tecnología se compra y qué se hace en el país”, sostuvo Bruno De Alto, quien el viernes dio la clase abierta Experiencias y desafíos en el desarrollo tecnológico nacional en la sede Somellera de la Universidad Nacional Guillermo Brown (UNaB), en Adrogué, en el marco de la cátedra de Economía y Desarrollo Productivo de la carrera de Automatización y Control, y con la presentación del ingeniero Oscar Galante, coordinador del Centro Universitario Pyme (CUP) de la UNaB.
De Alto es licenciado en Organización Industrial por la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), especialista en gestión tecnológica y docente de la UNaB, y centró su exposición sobre autonomía tecnológica en dos casos paradigmáticos: el de la experiencia de Jorge Sábato en los albores de la Comisión Nacional de Energía Atómica, allá por los años 1960, y el de Fate Electrónica, una empresa nacional que a comienzos de los años ’70 creó la legendaria calculadora Cifra 311 y llegó a producir la mitad de las máquinas de cálculo que se vendían en el país.
En la licitación para la construcción de la primera central nuclear del país, donde se presentaron 17 empresas, según relató, “el único requisito que puso Jorge Sábato fue el de paquete abierto, porque entendió que esa era la clave de la autonomía, por más que se le comprara la tecnología a un país extranjero”.
La energía nuclear y los neumáticos
El disertante argumentó que hoy nuestro país es uno de los pocos que manejan la tecnología nuclear gracias a decisiones estratégicas tomadas por Sábato en ese momento: “Argentina decidió usar uranio natural antes que uranio enriquecido porque eso le permitía trabajar con dos países proveedores de insumos estratégicos en lugar de uno solo, y decidió desarrollar la metalurgia de precisión, y posteriormente la industria de agua pesada y uranio enriquecido, que le permitirían generar productos exportables –explicó De Alto–. En cambio, si el paquete está cerrado y el que te vende no te deja jugar, no hay autonomía”.
La historia de Fate Electrónica, surgida en 1966 en el seno de la conocida fábrica nacional de neumáticos e interrumpida por injerencia de la última dictadura en 1976, involucró entre otros a celebridades como Manuel Sadosky, el físico Carlos Varsavsky, el creador de la carrera de Ingeniería Electrónica en la UBA, Humberto Ciancaglini, y Adolfo y Manuel Madanes, los dueños de la empresa. Estos últimos, sostuvo De Alto, “tenían claro que en la Argentina no se podían hacer negocios si no se tenía manejo de la tecnología y contactos con el poder político”.
Un Estado para diseñar estrategias
Pero esa relación con el Estado, según explicó, no se planteó en términos prebendarios para la empresa sino estratégicos para el país: “Fate consiguió facilidades para la compra de componentes electrónicos a través de un decreto del por entonces ministro Gelbard, pero a cambio de tener que sustituir importaciones y producir en volumen”. Al momento del abrupto cierre de su división de electrónica la empresa llegó a emplear a un centenar de científicos para desarrollar máquinas de cálculo, y se estudiaba la producción local de computadoras y circuitos integrados.
“La innovación necesita una estructura y redes, y por eso requiere de un proyecto nacional, no sólo una estrategia de una empresa; Fate estaba sola en esa patriada”, expresó De Alto, quien investigó este caso histórico para contarlo en 2013 en su libro Autonomía tecnológica.
De Alto y Galante coincidieron en que el de la autonomía tecnológica es “un desafío muy actual” para países como el nuestro, especialmente en industrias que estén en pleno desarrollo y que agreguen valor a los recursos naturales: “En tecnologías muy desarrolladas ya están resueltos los actores, por eso es muy importante lo que pasa acá con industrias como la del litio”, expresó De Alto.