Por Fernando D. Stefani
Este 10 de abril, Día de la Investigadora y el Investigador Científico, que conmemora el nacimiento de Bernardo Houssay —premio Nobel y fundador del CONICET—, encuentra a la comunidad científica argentina sin razones para celebrar. En lugar de reconocimientos o anuncios, hay angustia, parálisis, y una profunda preocupación por el futuro del sistema científico y tecnológico del país.
La Agencia de Promoción Científica fue desactivada, las universidades al borde del colapso y los salarios por debajo de la línea de pobreza. Equipos inutilizados, fuga de cerebros y una política deliberada de desmantelamiento científico y tecnológico es el escenario en que deja al sistema científico el gobierno de Javier Milei.
Lejos de reforzar las capacidades nacionales, el gobierno de Javier Milei ha desatado un proceso sistemático de desmantelamiento, que afecta desde los organismos de financiamiento hasta los laboratorios, pasando por universidades, salarios, infraestructura y políticas públicas.
Silencio oficial, daño estructural
Apenas asumió el gobierno de Milei, la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, responsable de financiar buena parte de los proyectos de investigación e innovación, dejó de operar. Todos los contratos plurianuales con instituciones públicas y privadas fueron congelados. Cientos de proyectos suspendidos, laboratorios paralizados, investigadores sin horizonte.
A esto se suma la asfixia presupuestaria a las universidades nacionales, que ya arrastraban condiciones precarias. Hoy, muchas apenas pueden sostener la docencia. La investigación, directamente, está siendo sacrificada.
En el CONICET, la situación salarial es crítica. Los ingresos de ingreso rondan la línea de pobreza. Incluso quienes tienen décadas de trayectoria han visto deteriorarse su poder adquisitivo hasta niveles incompatibles con una vida digna. La fuga de talentos —esa sangría silenciosa— se ha acelerado.
Ante cualquier consulta, el gobierno simplemente las ignora, no ofrece interlocutores válidos y sigue con su plan de desmantelamiento.

Equipamiento inutilizado, infraestructura abandonada
El ataque no es solo al personal. También es a la infraestructura. Equipos de alta complejidad, adquiridos con años de inversión pública —espectrómetros, resonadores magnéticos, microscopios— están quedando fuera de servicio por falta de mantenimiento, repuestos o personal técnico. Lo mismo ocurre con los sistemas básicos: aires acondicionados, extractores, compresores.
Cada laboratorio que se apaga, cada instrumento que se deteriora, es una pérdida de capacidades que costará años —o décadas— recuperar. Si es que se recuperan.
Un retroceso institucional deliberado
La estructura institucional de la política científica también fue demolida. El manejo de la política científica nacional fue reducido a una subsecretaría sin presupuesto ni poder de decisión, encajada dentro de una secretaría menor orientada a digitalizar trámites. Un gesto de desprecio más que de reforma.
Mientras tanto, desde el discurso oficial, se deslegitima la ciencia y se ridiculiza a los científicos. En lugar de hablar de formación, conocimiento, trabajo o tecnología, se promociona la especulación con criptomonedas como salida individual. Se reemplaza el futuro por una fantasía.

El modelo de subdesarrollo sustentable
Nada de esto ocurre por accidente. El plan es claro: convertir a la Argentina en una economía primarizada, sin industria, sin innovación, sin pensamiento crítico. Una sociedad disciplinada por el hambre, destinada a exportar commodities y a importar todo lo demás.
Lo dijo explícitamente el Ministro de Economía Caputo: el espejo que se ofrece es el de Perú, estabilidad macroeconómica, caos político, una sociedad sometida en malestar y necesidades sin capacidad de reacción, informalidad estructural. Un 80-90% de la población en la pobreza o la precariedad.
La ciencia argentina, en peligro de extinción
La investigación científica es el eslabón inicial para comprender las tecnologías actuales y poder encarar la innovación. Es una condición necesaria para cualquier país que quiera ser algo más que un proveedor periférico del sistema global. No hay nación desarrollada que haya crecido sin invertir en conocimiento, en formación, en innovación propia.
Estados Unidos, China, Alemania, Corea del Sur: todos entendieron eso. Argentina, en cambio, está renunciando a su derecho a imaginar un futuro.
Ni homenaje, ni respeto
En un país con memoria, el Día del Investigador sería una oportunidad para reflexionar, reconocer y proyectar. Pero en la Argentina de Milei, este 10 de abril llega con ajuste, desprecio y destrucción.
El gobierno no celebra a Houssay. Lo ignora. Y con él, a toda una tradición de soberanía científica, desarrollo nacional y esfuerzo colectivo.
Cuidar lo que queda, esperar el momento
Está claro que bajo este paradigma no hay futuro próspero posible. Pero incluso en esta oscuridad debemos proteger lo que queda del sistema científico argentino. Las capacidades de investigación que sobrevivan —aunque sean mínimas— serán esenciales cuando llegue el momento de cambiar de rumbo.
Ese momento llegará. Cuando la ciudadanía termine de asimilar la estafa del gobierno de Milei, un gobierno que no ha sido ni más nuevo, ni menos corrupto que los anteriores. Solo más brutal. Más entreguista. Más cruel.
Nos deja más endeudados, más dependientes, más pobres.
Por eso, aunque hoy no tengamos motivos para celebrar, sí tenemos una responsabilidad: sostener con dignidad lo que no pudieron destruir. Para que cuando la Argentina se reencuentre con su futuro, la ciencia siga estando ahí.