Un equipo de investigadores del Instituto Multidisciplinario de Biología Molecular y Celular (IMBICE) perteneciente al Centro Científico y Tecnológico que CONICET tiene en La Plata, trabajaron en conjunción con el Hospital de Niños y concluyeron que existe un desbalance entre las sustancias que regulan la ingesta de comida, en niños que sufren sobrepeso.
Los investigadores llevan diez años desentrañando la función de ghrelina, una hormona producida por el estómago y encargada de regular el apetito “avisándole” al cerebro que tenemos hambre.
Para el Laboratorio de Neurofisiología del Instituto Multidisciplinario de Biología Celular (IMBICE, CONICET-UNLP-CICPBA), el estudio que se acaba de publicar en la prestigiosa revista científica European Journal of Endocrinology es el primer trabajo que sus integrantes logran en pacientes, una instancia largamente anhelada teniendo en cuenta que la trayectoria del grupo está mucho más ligada a las experiencias de laboratorio.
En concreto, lo que hicieron fue medir por primera vez en la historia los niveles de hormonas que regulan el hambre en niños con sobrepeso y obesidad que se atienden en el Servicio de Nutrición del Hospital de Niños ?Sor María Ludovica? de La Plata.
Hallazgo contra la obesidad infantil
Si bien comenzaron buscando en sangre una forma de ghrelina llamada ?desacilada?, al mismo tiempo en que llevaban adelante la investigación fue descubierta otra, que se bautizó LEAP2. Se trataba de una sustancia producida por el hígado y una parte del intestino delgado ?el yeyuno? y, al igual que la anterior, también actuaba como un freno a la acción de ghrelina. Corría 2018 y los científicos supieron que estaban ante algo importante, por lo cual rápidamente decidieron incorporarla al estudio.
?Lo que descubrimos es que, contrario a lo que podría suponerse, no es que los chicos con sobrepeso tengan más cantidad de ghrelina, es decir la hormona que nos hace comer, que los de peso normal. Por el contrario, tienen menos. El problema está en que en ellos también están bajas la ghrelina desacilada y LEAP2, que son precisamente las encargadas de frenar a la primera. En esa proporción, la acción de ghrelina es mayor, y por eso creemos que persisten las ganas de comer?, explica Mario Perelló, investigador del CONICET y jefe del grupo del IMBICE.
El estudio, realizado en 82 pacientes de entre 3 y 12 años, confirmó algo que ya se sabía en adultos: en organismos con problemas de obesidad, la ghrelina desacilada baja con respecto a los cuerpos sanos. Pero esa no es la única diferencia: la hormona tampoco tiene los ritmos circadianos, esto es, los ciclos biológicos según los cuales cuando uno tiene hambre, ésta aumenta y, una vez que come, disminuye. ?Es una repuesta fisiológica buena porque permite distinguir entre la sensación de apetito y la de estar satisfecho. En la obesidad, ese mecanismo de regulación no está presente. Y ahora le sumamos lo que vimos en niños, que es la reducción de las hormonas que justamente deberían detener el deseo de ingerir comida?, agrega Perelló.
También autora del trabajo, la investigadora del CONICET en el Instituto de Desarrollo e Investigaciones Pediátricas (IDIP, Hospital de Niños de La Plata-CICPBA) María Florencia Andreoli señala que los niveles de ghrelina desacilada se observaron en alrededor de un 40 por ciento menos que los que presentan niños con peso saludable, mientras que LEAP2 se encontró reducido en un 20 o 30 por ciento en la misma comparación. ?Son números que tienen un significado estadístico muy importante?, afirma la especialista, al tiempo que destaca como uno de los aportes principales de estos resultados ?el hecho de contribuir a la búsqueda de valores de referencia para saber qué cantidades de estas hormonas es lo normal o esperable de observar en chicos?, información que hasta el momento no existe en la bibliografía teniendo en cuenta que se trata de cuestiones de reciente descubrimiento.
?No es lo mismo medir determinado parámetro en un niño que en un adulto, o en la población occidental que en la oriental, por ejemplo, entonces nosotros tratamos de establecer valores propios de nuestra comunidad?, añade Andreoli, y continúa: ?La obesidad es un problema multifactorial que afecta a todos los estratos sociales. Además, a esta altura se sabe que está relacionada con la malnutrición, que aunque en el imaginario colectivo aparezca asociada exclusivamente a una criatura desnutrida y flaquita, la realidad es que la falta de ciertos micro o macronutrientes es independiente de que el chico esté delgado o gordito?.
En este sentido, Perelló considera que ?los pacientes pediátricos son un excelente nicho de estudio si pensamos que el sobrepeso en la infancia aumenta las posibilidades de tener diabetes o complicaciones cardiovasculares en la adultez, entonces despierta gran interés en tanto problema de salud pública?. Desde el hospital platense que formó parte del trabajo, las también autoras Julieta Hernández y Verónica Garrido alertan: ?El incremento en la prevalencia de obesidad en niños, adolescentes y adultos tanto en países desarrollados como en vías de desarrollo es alarmante, y su prevención debería ser una prioridad sanitaria, con particular énfasis en estimular hábitos saludables de vida en todos los grupos etarios, y en especial en el ámbito familiar?.
Como paso siguiente, los responsables de la investigación quieren ahora avanzar en la toma de muestras de los pacientes que hayan ingerido distintos tipos de comidas para observar si hay variaciones en los niveles de las hormonas, es decir si la producción de cada una responde a la presencia de grasas, hidratos de carbono u otros componentes de la dieta.
Sin eludir las complejidades que supone el trabajo en instancias clínicas ?es decir con personas?, como por ejemplo la necesidad de contar con consentimientos informados y evaluaciones por parte de un comité de ética, los autores están muy entusiasmados con el curso de la investigación y coinciden en que ?la interacción entre el universo científico y el de la práctica médica es muy interesante, porque en definitiva es adonde uno quiere llegar para aplicar todo el conocimiento que se generó en el laboratorio?.
Hernández y Garrido, por su parte, afirman que la colaboración entre los científicos y ellas como médicas les permitió ?mejorar el estudio de estos pacientes, relacionar datos de laboratorio con la clínica de cada uno y enriquecer los resultados?, y concluyen: ?Este capital humano integrado por especialistas de distintas disciplinas ha representado la plataforma estratégica para lograr que el conocimiento ayude a la sociedad a enfrentar la problemática y plantear o proyectar nuevos desafíos que puedan mejorar el flagelo de la obesidad?.
Fuente: CONICET