En Argentina, cerca de 2,6 millones de personas viven en zonas rurales dispersas, en las que un once por ciento recolecta agua superficial y un 18 utiliza hoyos o excavaciones al aire libre para acceder al agua. En esas comunidades, la lluvia es una aliada. Por eso, con el objetivo de brindar acceso a agua segura para consumo en zonas vulnerables, un grupo de investigadores del Instituto Nacional del Agua (INA) crearon un sistema que desinfecta el agua de lluvia mediante radiación solar.
Se trata de un dispositivo que utiliza el método SODIS (por el término en inglés “Solar Disinfection”), utilizado por más de cuatro millones de personas en el mundo y recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que consiste en colocar botellas PET (Polietileno Tereftalato) en los techos de las casas y dejarlas bajo la influencia de la radiación solar.
“Nuestro sistema utiliza un bidón de seis litros que se coloca dentro del Concentrador Parabólico Compuesto (CPC), que tiene forma de cuna y, en su interior, posee una lámina que refleja la luz. Entonces, cuando uno lo coloca al sol, los rayos impactan y generan calor dentro de ese receptáculo y elevan la temperatura por encima de los 45 grados”, explicó María Fernanda Lopolito, responsable del proyecto y del Programa de Ingeniería Sanitaria del INA.
El equipo de especialistas lleva un año trabajando en este sistema que, luego de varios ensayos, dio sus frutos. “Utilizamos tres dispositivos que fueron construidos con un herrero y probamos diferentes tiempos de exposición a la radiación solar: probamos 4, 24, 48 y 72 horas. Los resultados exitosos los obtuvimos en los últimos dos: comprobamos la disminución de concentración de bacterias”, relató.
Ahora, los investigadores trabajan en la mejora del dispositivo para reducir ese tiempo de tratamiento. Se estima que el déficit de agua potable gestionada de forma segura alcanza al 20 por ciento de la población argentina, mientras que, en términos de saneamiento, llega al 44.
“Hay mucho compromiso y preocupación por dar respuestas. Los registros indican que mujeres y niñas son las más afectadas, porque son las que caminan muchos kilómetros para proveer de agua a sus hogares. Y esto impacta en el tiempo y esfuerzo físico que implica y en las situaciones de violencia que pueden llegar a sufrir en ese trayecto”, destacó Lopolito.
Con los resultados obtenidos, los investigadores concluyeron una etapa del proyecto que, sin duda, es solo el comienzo. Durante los próximos meses, el trabajo estará enfocado en ajustar las tuercas de los puntos sobre los que, durante el proceso de evaluación, tomaron nota para llevar a cabo el próximo paso: un estudio piloto.
“Hay muchos parámetros que tenemos que evaluar como, por ejemplo, la calidad del agua de ese entorno. Si es una zona donde hay agricultura, probablemente, haya exposición a pesticidas y ahí la calidad de agua de esa lluvia sea distinta. Además, queremos ver si hay algún efecto de los materiales que tiene el plástico que pueda transferirse al agua por esta acción solar”, precisó la responsable del proyecto.
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